Recita Sabina que “para decir con Dios a los dos nos sobran los motivos”. Lo que no dice el poeta es cuándo y cómo. Presupone que cada cual sabrá encontrar el momento y el modo adecuado de ponerle palabras a esa cantada despedida. Quizá demasiado optimista.

Este blog no está planteado como un desfiladero de palabras, buenas o malas, sino como un lugar donde aprender a usarlas para sacarles el máximo partido. Una rentabilidad comercial que sin lugar a dudas viene marcada por aspectos mucho más emocionales que materiales. Porque los impulsos, todos, incluidos los de compra, proceden de cavernas emocionales que hacen de cada uno de nosotros lo que somos. Y lo que somos no es otra cosa que las millones de posibilidades que tenemos de ser en cada instante.

Aquí está la mayor dificultad. Las personas no somos iguales por la mañana que por la noche; no somos iguales después de una buena cena que después de recibir el agua helada de las macetas de un incívico vecino; no somos la misma persona cuando nos obsequian con un abrazo esperado que cuando vemos aparecer un pañuelo de estación.

Y aquí acaba mi breve relato de hoy. Con él quiero recuperar la vida de este espacio que durante meses ha estado callado, quizá porque no encontraba la inspiración de las palabras ni la ocasión para decir que tan importante como una buena frase es encontrar el momento y el modo adecuado. Un momento que no solo se mide en horas, mañanas o tardes, semanas o meses, sino también en pronto, puntual o tarde. Y un modo que espera de nosotros que sepamos leer en la esperanza del otro. ¿Obvio?

¿A qué hora?
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